Por Jon Sobrino, S.J.
Aparición original: «Concilium»
183(marzo 1983)335-344
I. Relación entre santidad y política
La expresión santidad política (1) puede parecer todavía hoy una expresión desconcertante por relacionar dos realidades que se presumen normalmente separadas de hecho y de derecho, y es una expresión ambigua mientras no se concretice qué se entiende por ambas cosas. De forma muy general, pero suficiente para este trabajo, entendemos por santidad una realización notable de la fe, esperanza y, sobre todo, de la caridad y de las virtudes que genera el seguimiento de Jesús. Entendemos por política aquella práctica dirigida a transformar estructuralmente la sociedad en la dirección del reino de Dios, en que se baga justicia a las mayorías pobres y oprimidas y en que éstas encuentren vida y salvación histórica.
Relacionar ambas cosas supone una doble novedad. La primera consiste en presentar un nuevo ámbito para la santidad como posible y necesaria. A lo largo de la historia de la Iglesia se ha presupuesto que ese ámbito es la ascesis personal, la contemplación, el ejercicio de la caridad en su forma asistencial o promocional. En la actualidad, debido a la toma de conciencia de la miseria y opresión de las mayorías y a los procesos de liberación que se han desencadenado en el Tercer Mundo (con sus analogías en el Primer Mundo en resistencia a las dictaduras, en esfuerzos de democratización, etcétera), el ámbito de lo político aparece para los cristianos como ámbito para la santidad, que no excluye otros posibles ámbitos, pero que se ofrece como una posibilidad e históricamente como una necesidad, según los signos de los tiempos.
La segunda novedad, más reciente y surgida de la propia experiencia del compromiso político de los cristianos, es que no se trata ya de relacionar solo fe y política, cristianismo y política, de analizar su compatibilidad teórica, la exigencia del compromiso político en nombre de la fe, sino de relacionar santidad y política. Esto se debe, creemos, a una doble constatación:
a) para mantener una vida cristiana política no basta con la lucidez teórica sobre su posibilidad y legitimidad, sino que se necesita la realización notable de valores específicamente cristianos;
b) una realización santa de la acción política es necesaria para evitar los subproductos negativos inherentes a ésta e incluso para potenciarla en su eficacia histórica.
La política ofrece hoy, por tanto, una materialidad para la santidad, y la santidad permite una acción política más humanizadora para quien la realiza y para el proyecto político que se impulsa. Esto es lo que pretendemos mostrar a continuación a partir de la realidad existente de ese tipo de santidad y no solo de un análisis meramente conceptual.
II. Una santidad que exige la política
Tiene que crear conflictos en un país como el nuestro, donde impera la injusticia social» (Mons. Romero, 15-2-1980) (2).
1. El desarrollo de la santidad cristiana presupone siempre que es respuesta a la voluntad de Dios. Esta puede ser diferenciada con relación a las personas concretas, pero debe incluir esencialmente lo que es clara voluntad de Dios en un determinado momento de la historia. En la actualidad, como lo recuerda Medellín y Puebla, esa voluntad primaria de Dios es que las mayorías pobres tengan vida.
Ese amor político tiene unas características específicas que lo diferencian de otras formas del amor. En primer lugar, supone una metanoia para ver la verdad del mundo tal cual es, en las manifestaciones visibles de la muerte y sus causas estructurales, que se ocultan y buscan ocultarse, para ver en esa muerte generalizada el hecho mayor y el problema más grave de la humanidad, lo que mis cuestiona el sentido de la historia y del hombre, para no aprisionar la verdad de las cosas con la injusticia (Rom 1,18). Supone las entrañas de misericordia ante el dolor no acallado ni acallable de las mayorías oprimidas, la responsabilidad ante la pregunta "¿qué has hecho de tu hermano?" (Gn 4,9s) y de corresponsabilidad hacia su suerte y destino; en esta corresponsabilidad, ademas, puede el hombre llegar simplemente a serlo recobrando su dignidad en la participación del dolor de la humanidad.
El amor político busca ser eficaz. Debe ser por ello proporcionado a la muerte que se quiere erradicar y a la vida de los pobres que se quiere implantar. Para entender la eficacia que se busca hay que tener en cuenta en primer lugar al destinatario de ese amor. Estos son los pobres considerados como colectividad, grupo o clase social; en cualquier caso, no es el individuo pobre, sino la polis, el mundo de los pobres. Son, además, los pobres materiales; lo que hay que erradicar, por tanto, no es sólo la indignidad interior a la que están sujetos, sino la pobreza material. Además, los pobres, a causa de los poderosos y en contradicción con ellos, son dialécticamente pobres y por su misma existencia conflictivos (3).
El amor político que quiere transformar la situación de esos pobres debe tener sus mecanismos específicos, distintos a los de otras formas del amor; debe buscar una eficacia estructural. Para ello debe denunciar la opresión y desenmascarar sus causas estructurales, abogar por sus derechos básicos, humanos, sociales y políticos, propiciar los cambios estructurales.
Debe ver ademas en los pobres no solo el destinatario de una acción política benéfica, sino también -sobre todo en los actuales momentos de muchos países del Tercer Mundo- los gestores de su propio destino como pueblo, quienes luchan por su liberación, llevan la mayor carga en esa lucha y la orientan objetivamente a la creación de una nueva sociedad. Por esa razón el amor político debe también llevar a participar -aunque las formas puedan ser diversas- en la lucha de los pobres, que alcanza el nivel ideológico y social, pero también el nivel político y -en casos verdaderamente límite- el militar (4).
2. Ese amor político es la materia fundamental de la santidad política. Pero además la practica del amor político ofrece un cauce estructural que propicia virtudes especificas, más difícilmente conseguibles en otros cauces. Propicia una ascesis especifica que remite a la ascesis fundamental cristiana: la kénosis y el abajamiento al mundo de la pobreza y de los pobres, como despojo de uno mismo; la ascesis necesaria para la denuncia y el desenmascaramiento, para mantener la paciencia histórica y la solidaridad con los pobres. Propicia el crecimiento de una fe y esperanza maduras que -de mantenerse y crecer- lo hacen desde el lugar también para su máxima tentación. Propicia la creatividad cristiana (pastoral, litúrgica, teológica, espiritual), que se genera desde el abajo de la historia.
Propicia, sobre todo, quasi ex opere operato la persecución. La profecía de Jesús se cumple en esto inexorablemente. Un amor político, a diferencia de otras formas del amor, desencadena el especifico sufrimiento de la persecución por parte de todos los poderes de este mundo. No cualquier tipo de cristianos, pero si los cristianos políticos son atacados, difamados, amenazados, expulsados, capturados, torturados y asesinados.
Esta persecución verifica que ha habido un amor fundamental; mantenerse en ella significa un notable ejercicio de la fortaleza cristiana y un notable testimonio de la fe. Si la persecución lleva a ofrendar la propia vida, si en esa ofrenda esta presente el amor a las mayorías pobres que origina todo el proceso del amor político, entonces la ofrenda de la vida se convierte en martirio. Con ello se da el testimonio del mayor amor a los pobres y se testimonia también objetivamente al Dios de la vida. Su muerte es por causa de la justicia; pero, explícita o anónimamente, por causa de la justicia de Dios. Por ello se debe hablar de martirio. Una cosa es, ciertamente, que todos y cada uno de los que han caído o han sido asesinados por causas políticas sean perfectos en todos los órdenes de la vida cristiana; pero otra cosa seria negar el amor fundamental y mayor en quienes dan la vida.
La masividad de estas muertes es, en último término, lo que no sólo permite hablar a priori de la posibilidad de una santidad política, sino lo que fuerza a hablar de ella a posteriori. Si tanta sangre derramada de obispos, sacerdotes, religiosas, catequistas, delegados de la palabra y también de cristianos que son campesinos, obreros, sindicalistas y combatientes no convenciera de que lo político es un ámbito propio para la santidad; más aún, de que en la actualidad la santidad pasa normalmente político, no habría discurso teológico capaz de convencer de ello (6). Pero quien no se convenciera, al menos ante algunos casos evidentes, tampoco podría interpretar la muerte de Jesús como la muerte del justo, sino que sólo le quedaría la alternativa de interpretarla como la muerte de un blasfemo y subversivo, tal como deseaban los poderosos de su tiempo.
3. Esta santidad política es la que hoy da estructuralmente testimonio de la santidad de Dios en su formalidad encarnatoria. Dios es el misterio santo y, en cuanto misterio, el que siempre esta más allá del hombre y de la historia; de ahí que se haya llegado a definir la esencia de la santidad como separación y distanciamiento de lo profano. Pero desde Jesús esto debe ser corregido.
El Dios que es misterio santo se ha acercado al hombre, ha roto la simetría de ser posiblemente salvación o condenación. Y ese acercamiento es doblemente escandaloso: es acercamiento del misterio de Dios y es acercamiento parcial a los pobres y oprimidos. Porque los ama (Puebla, n. 1142), Dios ha salido en su defensa, lucha contra los ídolos de la muerte y se muestra claramente como el Dios de la justicia que quiere en verdad la vida de los pobres. En eso consiste desde Jesús la nueva y escandalosa santidad de Dios: en acercarse salvíficamente a los pobres y llegar a compartir su misma suerte en la cruz de Jesús.
Eso es, en último término, lo que hoy dice con más claridad el santo político. Este no pretende más que repetir el gesto de Dios de acercarse liberadoramente a las mayorías pobres y asumir el destino de ese acercamiento. Por esa última razón teológica la santidad política es una posibilidad e históricamente una necesidad. No hay otra manera de decir hoy al mundo que Dios ama en verdad a las mayorías pobres.
III. Una política que exige santidad
Yo creo, hermanos, que los santos han sido los hombres más ambiciosos. Eso es lo que yo ambiciono para todos ustedes y para mi: que seamos grandes, ambiciosamente grandes, porque somos imágenes de Dios y no nos podemos contentar con grandezas mediocres» (Mons. Romero, 23-9-1979).
1. El ámbito de lo político es necesario para la santidad, pero sigue siendo un ámbito creado; es, por tanto, un ámbito limitado, que ofrece su propia tentación y tiende a su propia pecaminosidad, porque sobre todo en él esta implicado el uso del poder.
Existen limitaciones históricas -no necesariamente éticas para mantener en un justo proyecto político para los pobres la simultaneidad de revolución y reconciliación, justicia y libertad, nuevas estructuras y nuevos hombres, ideal mesiánico y la realidad que lo mitiga. Existe además, ahora ya al nivel ético, la propia concupiscencia actuante en quien, aun con la intención anteriormente descrita, practica la acción política. Por su misma naturaleza ésta puede tentar, en mayor o menor medida, a sustituir la liberación de los pobres por el triunfo de lo que se ha convertido en causa propia, personal o grupal, el dolor de los pobres por la pasión que genera la política, el servicio por la hegemonía, la verdad por la propaganda, la humildad por la prepotencia, la gratuidad por la superioridad ética. Existe el peligro de absolutizar una de las esferas de la realidad en la que más se desarrolla la lucha por la liberación: social, política o militar, abandonando otras esferas importantes de la realidad -también del pueblo pobre-, que tarde o temprano se vengan de la absolutización. Existe, por último, la dificultad de mantener el amor político antes descrito hasta sus últimas consecuencias por los conflictos en que introduce y los riesgos que genera.
Esta limitación y concupiscencia del ámbito político para nada quita validez y necesidad a que sea ámbito para la santidad; también los otros ámbitos (ascesis personal, oración, práctica de la caridad) -cosa que no se suele recalcar suficientemente- son limitados y con su propia concupiscencia. Pero apuntan a la necesidad de vivir lo político con espíritu para que el amor político sea y se mantenga como amor y los proyectos políticos liberadores se mantengan siempre abiertos al reino de Dios.
2. Esa necesidad es hoy constatada históricamente; pero no sólo -aunque también- porque la necesidad de espíritu le viene al hombre por el mero hecho de serlo y en cualquiera de los ámbitos de su práctica, sino porque así lo exigen los cristianos que más honradamente practican el amor político.
También en la acción política se necesita el espíritu de Jesús y en aquellas áreas que más tienen que ver con lo político. Se necesita la limpieza de corazón para ver la verdad de las cosas, analizar con sinceridad éxitos y fracasos en las luchas y proyectos de liberación, mantener como criterio de acción lo que más convenga a las mayorías pobres, superar la tentación del dogmatismo, tan cercana al quehacer político. Se necesita la búsqueda de la paz aun en medio de la necesaria lucha, sin hacer de la violencia, aun cuando ésta sea justa y legítima, una mística, ni depositar en ella toda la confianza para resolver los problemas objetivos, ni ignorar otros medios de lucha más pacíficos con anterioridad y simultáneamente a la lucha armada. Se necesitan entrañas de misericordia para no relativizar desproporcionadamente el dolor del pueblo y reducirlo a necesario coste social, para no cerrar futuro al enemigo, para no ahogar la difícil posibilidad del perdón y la reconciliación.
3. Ese espíritu es la santidad que exige la acción política para mantenerse y crecer como amor. Su realización es difícil personalmente y utópica estructuralmente. Pero no por ello esa santidad es idealista; más aún, es eficaz históricamente.
Esa santidad en lo político es lo que hoy da testimonio de la santidad de Dios en su formalidad escatológica. El Dios cercano del que antes se hablaba sigue siendo el Dios trascendente a la historia pero no como puro más allá, sino como principio utópico. En cuanto utopía su realidad no es nunca adecuadamente realizable, pero en cuanto principio inicia realidades históricas. La reserva escatológica no relativiza por igual todas las realidades históricas y todas las acciones políticas, sino que es la verdadera reserva de la historia para que ésta dé más de sí y la acción política tenga siempre un norte hacia donde deba orientarse.
El santo político es el que una y otra vez echa mano del ideal del reino de Dios y del Dios del reino para configurar la historia y su propia práctica. A pesar de su dificultad, mantiene siempre la ultimidad de la primariedad de la vida, de la justicia, de la necesaria lucha, de las necesarias revoluciones y reformas estructurales; pero mantiene también la necesidad de la plenificación de la vida, de la verdad y la libertad, de la reconciliación, de cambiar el corazón del hombre. Mantiene ademas la aún más difícil simultaneidad de ambos tipos de ideales.
Esta santidad es repetir en la historia el gesto del Dios que es santo escatológicamente. Es necesaria para que el cristiano mantenga su especificidad en la acción política, pero también para que ésta sea más eficaz y con más dificultad sucumba a sus tentaciones. A la corta, esta santidad puede parecer una rémora por dedicar energías a lo que no es puramente acción política, y puede parecer idealista por su intrínseca dificultad. Pero a la larga es fructífera también históricamente, como lo demostró ejemplarmente monseñor Romero (7). Con su palabra y ejemplo introdujo espíritu en la realidad y lucha del pueblo salvadoreño; con ello lo hizo más decidido a su liberación, más eficaz políticamente y más atento a cualquier desviación de la acción política que no tomase absolutamente en serio el beneficio de las mayorías pobres.
IV. Necesidad e importancia de la santidad política
Los santos políticos son una realidad. Los pueblos que sufren reconocen como santos a quienes por amor se encarnan en lo político y sólo reconocen como santos de hoy a quienes asumen el riesgo de esa encarnación. Esto se podrá hacer -y la ofrenda de la vida les otorga su última justificación- de diversas formas: en el trabajo pastoral de las cuatro misioneras estadounidenses Maura, Ita, Jean y Kathy, en el trabajo ministerial de monseñor Romero o en el compromiso explícitamente revolucionario de Gaspar García Laviana. En la actualidad, además, habrá que hablar no solo de santos individuales, sino de colectividades de pobres, de pueblos enteros que participan de la santidad política cuando luchan por la liberación de los pobres, llenan de espíritu cristiano esas luchas y cuando, en cualquier caso, participan de la suerte del Siervo de Yahvé en su misma materialidad de pueblos crucificados.
Esa santidad admite, por supuesto, diversos grados; no tiene por qué coincidir con lo que la Iglesia entiende todavía por santidad en los procesos de canonización, y en el fondo sólo Dios conoce la medida del amor real de estos nuevos santos. Pero nada de esto debe hacer ignorar este hecho nuevo, sorprendente y masivo ni dejar de valorarlo en toda su importancia. La santidad política es hoy históricamente necesaria para que los pobres capten la buena noticia y la historia se encamine hacia el reino de Dios dando más de sí. Es importante además para la Iglesia misma, para que en su interior recobre la verdad del evangelio y haga de éste fundamento de su misión y para que al exterior tenga y mantenga la credibilidad que, en la humanidad actual, sólo le otorgara un amor eficaz a los pobres. Sólo de esta forma, además, encarará el reto que supone para el futuro de la fe la aparición de otras instancias salvadoras de los pobres que no aceptan o no explicitan al Dios de Jesucristo.
Mantener la santidad política en los dos aspectos considerados y su simultaneidad es difícil. Pero es una necesidad actual y, sin ningún matiz falsamente espiritualista, un don de Dios. Así lo vio monseñor Romero. Unas frases suyas pueden servir mejor que muchos análisis para entender qué es la santidad política, cómo asegurarla y cómo agradecerla:
Me alegro, hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida, precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres» (15-7-1979).
Sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo» (24.6.1979)
Notas:
(1) Sobre la temática general de este artículo, cf. L. Boff, La le en la periferia del mundo (Santander 1981) 209-262; el número monográfico dedicado a espiritualidad de la liberación, en «Christus» (México 1979-1980) 529s.
(2) Mons. Romero elaboró su pensamiento sobre este punto en La dimensión política de la desde la opción por los pobres, publicado en J. Sobrino, I. Martín Baró, R. Cardenal, La voz de los sin voz (San Salvador 1980) 163-183.
(3) Cf. I. Ellacuría, Los pobres, lugar teológico en América Latina:
(4) Cf. cartas pastorales de Mons. Romero en La voz de los sin voz, cit., 93-172; para su tratamiento de la violencia, cf. ibid., 113-119, 156-159, 435-445.
(5) Cf. Juan Hernández Pico, El martirio hoy en América Latina: escándalo, locura y fuerza de Dios,